Ardua y peligrosa tarea continuar la saga de La guerra de las galaxias es, que diría Yoda. Después de seis capítulos ya estrenados, contar una nueva aventura en una galaxia tan lejana y no decepcionar las expectativas que millones de espectadores pusieron desde el momento que conocieron la puesta en marcha de un nuevo episodio es tarea muy difícil. Sobre todo si en ella ya no está George Lucas, el padre de la criatura, que por 3.000 millones de dólares dejó la empresa en manos de jóvenes emprendedores. J. J. Abrams recoge el testigo y dirige Star Wars: El despertar de la fuerza para situarnos en un momento de la historia en la que, treinta años después de la derrota del Imperio maligno por la Alianza Rebelde, la tiranía y la opresión reinan en la galaxia: no se sabe dónde, pero aún existen algunos Jedi cuyas vidas corren peligro por culpa de un misterioso guerrero empeñado en acabar con los que quedan vivos. Un androide posee el mapa donde se encuentra uno de ellos, el maestro Jedi Luke Skywalker. A su búsqueda parten varios personajes que en su camino se cruzarán con antiguas leyendas de guerras pasadas y, juntos, se enfrentarán a los nuevos tiranos. John Williams, incombustible, repite al frente de la Banda Sonora.
45 años. Esa es la cifra que Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) están a punto de alcanzar de vida en común en matrimonio. Es inevitable que entre ellos surjan los recuerdos de experiencias vividas durante tantos años, mientras se preparan para celebrarlo. Pero la llegada de una carta dirigida a Geoff donde se le comunica la muerte de una mujer, Katya, con la que pasó unas románticas vacaciones antes de conocer a su actual mujer, provoca cierto celo en ella y amenaza con amargar la fiesta de la pareja. A pesar de que intentamos olvidar ciertos aspectos de nuestro pasado, éste sigue ahí con nosotros y en el momento más inoportuno reaparece para cambiar el presente.
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