Baltimore Tres kilómetros al fin del mundo
Estimados lectores de El Macondo de Gabo,
Hay películas que nos enfrentan a sistemas opresivos y otras que nos muestran cómo esos sistemas se filtran en lo íntimo, en lo familiar, en la piel. Esta semana, la cartelera abre dos ventanas al miedo y la resistencia: Baltimore, crónica contenida de una rebelión con pedigree, y Trei kilometri până la capătul lumii, un canto triste desde un rincón olvidado de Europa donde el amor sigue siendo una amenaza.
Imogen Poots encarna a Rose Dugdale, heredera de la alta sociedad británica que en los años 70 abrazó la lucha armada del IRA y acabó organizando el célebre asalto a la mansión Russborough para canjear Velázquez y Goyas por presos políticos. La película sigue las 48 horas previas al atraco: un “whydunit” emocional antes que un “heist” al uso.
Un thriller contenido, casi ascético, donde lo más explosivo no son las armas sino las grietas de clase y género que empujan a Rose a dinamitar su propio privilegio. Poots sostiene el film con una mezcla febril de idealismo y culpa; los directores Joe Lawlor & Christine Molloy filman con cámara nerviosa y luz otoñal, recordando que en la Irlanda de los Troubles el romanticismo revolucionario siempre olía a pólvora y a cárcel.
En un remoto pueblo del delta del Danubio, el adolescente Adi es brutalmente golpeado tras ser visto besando a un turista. Con la policía, el cura y hasta su propia familia alineados contra él, solo le quedan tres kilómetros de carretera para huir… o para enfrentarse al odio.
Emanuel Pârvu, representante de la vertiente nuevo cine rumano, filma en Tres kilómetros al fin del mundo, la que hace su tercera película, la homofobia como un pantano: quieto en la superficie, mortal en el fondo. Planos fijos, silencios largos y colores de postal que se pudren poco a poco hasta volverse pesadilla. No hay catarsis, sí un realismo que duele; el viaje de Adi recuerda que el exilio empieza muchas veces en la propia casa. Una de las películas más impactantes del reciente cine rumano.
Ir al cine no siempre es elegir una historia: a veces es elegir una postura frente al mundo.
Esta semana, Baltimore nos interpela desde las ruinas doradas del privilegio que se vuelve revuelta, y Trei kilometri până la capătul lumii nos deja sin aliento en una carretera donde amar es un acto de resistencia.
Estas dos películas —tan distintas en forma y fondo— se atreven a mirar de frente lo que otros prefieren callar. Y lo hacen desde la gran pantalla, allí donde el silencio se vuelve grito y cada plano reclama ser vivido en comunidad.
Así que no las esperen en casa. Abran la puerta del cine, siéntense en la penumbra y dejen que estas historias les sacudan, les incomoden… o, con suerte, les transformen.
Nos vemos entre butacas. ¡Disfruten del cine!
El Sr. Director de El cine de Macondo
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