Estimados lectores de El Macondo de Gabo,
Hoy, por primera vez desde que nos embarcamos en esta aventura de celuloide y palabras, no vengo a hablarles de dinosaurios renacidos, bailarinas vengativas ni perros callejeros cruzando desiertos. Hoy sólo quiero agradecerles por algo mucho más simple: haber estado ahí, al otro lado de la página, leyendo con curiosidad, con paciencia, con ese amor por el cine que convierte una reseña en un diálogo silencioso.
Durante estas semanas, cada viernes ha sido para mí como levantar el telón en una pequeña sala de cine —de esas con butacas rojas, luz tenue y olor a historia—. Ustedes, que han seguido esta sección fielmente, me han hecho sentir parte de algo que no se mide en visitas ni en clics, sino en complicidad.
He disfrutado escribiendo con libertad, entrelazando las películas con mis propios fantasmas, con mis entusiasmos, con mis reservas. Me he sentido leído, comprendido, incluso discutido —y eso, para quien escribe, es el mejor de los premios.
Esta sección ha sido también un reto: encontrar belleza donde no siempre hay grandeza, exprimir cine de una cartelera a veces escasa, y sobre todo, mantener vivo ese estilo que ustedes han tenido la generosidad de acoger sin pedir explicaciones. Aquí no se han vendido entradas. Aquí se han compartido miradas.
Ahora nos toca bajar el telón por unas semanas. No se preocupen: no hay lágrimas, sólo un fundido a negro temporal. Volveremos en septiembre, con nuevas películas, nuevas palabras, y —quién sabe— quizás algún proyecto más.
Mientras tanto, no dejen de mirar. Porque el cine no está solo en las salas: está en cada sombra bien colocada, en cada conversación que gira en torno a una escena, en cada plano que no se olvida. Los cines seguirán ofreciendo historias emocionantes, divertidas, misteriosas, aventureras... y les están esperando para que acudan a disfrutar de la gran pantalla.
Hasta la vuelta, gracias.
Nos vemos después del descanso… entre butacas.
El Sr. Director de El cine de Macondo
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