Black dog Jurassic World: El renacer
Estimados lectores de El Macondo de Gabo,
A veces el cine nos lleva al silencio del desierto, otras al caos de motores y criaturas extintas. Esta semana, la cartelera nos propone dos universos que se desbordan: el viaje poético por la China vaciada de Black Dog, y la voltáica aventura en la nueva isla de Jurassic World : El renacer. Vamos con ellas.
En un pueblo desolado cerca del desierto de Gobi, un exconvicto llamado Lang regresa tras su paso por prisión y se reencuentra con un circo ambulante y manadas de perros callejeros. La compañía de un perro negro cambia su vida y le ofrece una forma de redención simbólica en medio del paisaje ruinoso de una China poscomunista.
Guan Hu firma una parábola visual que balancea el realismo duro con algo de lirismo simbólico. Inspirada en la estética de Jia Zhangke, Black Dog retrata un país en transformación, marcado por fábricas abandonadas y memorias colectivas que se deshacen. Eddie Peng transmite con restricción, mientras el perro negro se convierte en una presencia poética que sugiere redención, compañía y resistencia. Un cine que hiere y abraza a la vez
Black Dog es una películar para espectadores que buscan cine con mirada crítica y poética, sobre lo que queda del pasado en los márgenes del progreso.
Cuando Jurassic Park llegó a los cines en 1993, el cine cambió. No solo por la revolución de sus efectos visuales —la integración pionera de CGI y animatrónica—, sino por cómo Spielberg supo combinar lo espectacular con lo íntimo: el asombro ante lo imposible, los dilemas éticos de la ciencia, el miedo infantil convertido en imagen. El guion, adaptado por David Koepp de la novela de Crichton, era ágil, elegante, cargado de preguntas y muy consciente de su trasfondo filosófico.
Las dos secuelas noventeras (The Lost World y Jurassic Park III) intentaron replicar la fórmula con desiguales resultados. Aumentaron la acción y la criatura, pero perdieron el corazón. La cámara ya no miraba a los dinosaurios como una promesa o una amenaza cargada de sentido, sino como atracción de feria. El peligro dejó de ser idea y pasó a ser ruido.
Con Jurassic World (2015), la saga fue relanzada con un enfoque más cercano al blockbuster moderno: grandes set pieces, familias disfuncionales, humor autoconsciente. La primera entrega de esta nueva trilogía tuvo aciertos —sobre todo al satirizar el propio parque como metáfora del cine de entretenimiento sin alma—, pero el guion empezó a sobrecargarse de subtramas y clichés.
Fallen Kingdom y Dominion (2018 y 2022) empujaron el relato hacia el disparate: clonación humana, conspiraciones farmacéuticas, dinosaurios conviviendo en suburbios. Visualmente ambiciosas, pero narrativamente deslavazadas, estas películas evidenciaron lo que ocurre cuando se antepone la franquicia al contenido: se pierde el foco. El dinosaurio deja de provocar miedo o fascinación y se convierte en simple decorado digital.
Jurassic World: Rebirth, la nueva película de la saga que se estrena este fin de semana, intenta reconectar con sus orígenes. Cinco años después de los eventos de Dominion, la Tierra ya no puede sostener a los dinosaurios. Una farmacéutica financia una expedición a una isla prohibida para recolectar ADN dino con fines médicos, desencadenando caos y rescates imposibles. Scarlett Johansson lidera el equipo como la militar Zora; Jonathan Bailey interpreta al científico Henry Loomis, Mahershala Ali es el capitán Duncan Kincaid.
El regreso de David Koepp como guionista, la dirección más contenida, el uso intensivo de efectos prácticos y la presencia carismática de Scarlett Johansson logran devolverle cierto equilibrio al relato. El guion, sin ser brillante, recupera el pulso de la aventura clásica: personajes que actúan por algo más que la acción, conflictos humanos reconocibles y suspense que se construye con planos y no solo con sonido envolvente.
Visualmente, la película es impresionante. Pero lo más valioso es que los efectos no lo ocupan todo: hay espacio para la pausa, el encuadre, la sombra del tiranosaurio que se proyecta antes de su entrada. Es decir: se vuelve a filmar al dinosaurio como lo que fue en 1993… una criatura que viene del pasado, pero que aún puede decir algo sobre nosotros.
Rebirth no es una obra maestra, pero sí una señal de que incluso en una franquicia exprimida todavía puede surgir algo con alma. Porque lo importante no es ver dinosaurios, sino volver a creer que podrían caminar entre nosotros. Y eso, a veces, lo consigue una buena historia.
El cine de esta semana sabe moverse entre el silencio y el rugido. Dos formas distintas de narrar el olvido y la memoria, el deseo y el regreso. Les invito a descubrirlas en la penumbra de la sala y dejar que el cine haga su trabajo: sacudir la certidumbre, despertar el asombro.
Nos vemos el próximo viernes, como siempre, entre butacas. ¡Disfruten del cine!
El Sr. Director de El cine de Macondo
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