Misión imposible: Sentencia final Una función inesperada
Estimados lectores de El Macondo de Gabo,
Mission: Impossible – The Final Reckoning
A estas alturas, ver a Ethan Hunt saltar desde una montaña, esquivar trenes o jugarse la vida en una persecución sobre hielo ya no sorprende. Lo que sí sigue sorprendiendo es la fe de Tom Cruise en el cine como experiencia física. Esta entrega, que se presenta como la culminación de la saga, tiene momentos de gran eficacia, aunque también acusa un desgaste en su ambición narrativa.
La trama se vuelve innecesariamente espesa, pero McQuarrie sabe construir escenas como quien monta relojería suiza. Hay una secuencia en un submarino que quedará entre lo mejor de la saga. Y sí: cuando uno ve a Cruise lanzarse sin dobles ni trucos digitales evidentes, hay algo admirable en esa obstinación casi suicida por dar espectáculo. El cine industrial, aquí, encuentra todavía razones para seguir respirando.
Ezra (Una función inesperada)
Y luego está De Niro.
No el De Niro de Taxi Driver, ni el de Toro salvaje, ni siquiera el De Niro que mira por encima de unas gafas en El irlandés. Este es otro: el abuelo, el hombre que ha vivido, el que ha aprendido —quizás demasiado tarde— a hablar con ternura.
Una función inesperada no es una gran película. Su historia sobre un padre que secuestra a su hijo autista para evitar que lo internen en una institución es algo previsible. Pero ahí está De Niro, como una roca emocional en medio de una carretera americana. No roba la escena. La sostiene. Cada mirada suya parece contener un archivo entero de experiencias. Hay un momento en que le habla a su nieto con una mezcla de fragilidad y humor que sólo él podría conjugar. Y entonces uno entiende por qué seguimos yendo al cine: para ver qué más puede decirnos un actor que lleva cinco décadas diciéndolo todo.
Hasta la próxima, queridos lectores. Que el cine siga siendo esa brújula que no apunta al norte, sino al corazón. ¡Disfruten del cine!
El Sr. Director de El cine de Macondo
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